En lo que llevamos de siglo, “Carmen”, compuesta por George Bizet, integra el pódium de las óperas más representadas en
todo el mundo, junto a “La Flauta Mágica” y “La Traviata”, lo que indica su enorme vigencia y el éxito que sigue alcanzando
desde su estreno en la Opéra Comique de Paris en 1875.
La historia tiene lugar en Sevilla, hacia 1820. Como protagonista una hermosa y provocativa gitana, Carmen, de la que se
enamora perdidamente Don José, un cabo de la guardia, quien arrastrado por los encantos de la muchacha, deserta como
soldado y acaba uniéndose a una banda de contrabandistas. Poco tiempo después la voluble atención de la gitana cambiará
hacia el famoso torero Escamillo. Loco de celos, convertido en un delincuente y con su vida destrozada, Don José matará a
Carmen, mientras el público aplaude la faena del torero.
Sería impensable localizar a los protagonistas en otro mundo que no fuera esa Sevilla de cánticos y tabernas que el compositor
plasma a la perfección en sus coros, sus bailes y ese extraordinario final dramatúrgicamente genial con el fondo de una corrida
de toros. Ambiente macabro y festivo a la vez, sensual y crudo, libre y cautivo, tal y como es la relación de la pareja
protagonista, amor y odio, norte y sur, al fin y al cabo hombre y mujer. En definitiva, un drama que tiene como fondo el mundo
de la España meridional, desde ese punto de vista exótico que atraía tanto a toda Europa en la segunda mitad del XIX.
Contrabandistas, cigarreras, gitanos, corridas de toros y sangrientas pasiones.
Esta ópera es una obra maestra, ya sea musicalmente, en la belleza de sus melodías e instrumentaciones de gran inspiración,
como en la palabra, cantada o recitada, siendo sin duda uno de los mejores libretos de ópera de la historia, como en el perfecto
dibujo musical de los personajes, sus interacciones y el clima que les rodea. Sin duda Prosper Mérimée, el autor de la novela
sobre la que se basa la ópera, nunca pudo imaginarse el enorme éxito que alcanzaría su historia basada en una leyenda que le
contó la condesa de Montijo durante una de sus visitas a España