José María Moreno / Reviews

Los Rückert-Lieder exigen por parte del solista un cuidado especial en las inflexiones de los poemas que Mahler seleccionó del poeta F. Ruckert y en esa línea caminó la lectura realizada por la mezzosoprano lituana Eglè Sidlauskaité quien realizó un ejercicio vocal de una más que notable solidez artística deambulando desde el cuidado de la dicción y la emisión hasta conseguir con la complicidad de los atriles de la OFM una versión que partía de lo más profundo del significado para elaborar en la significancia una página de corte íntimo que reflexiona entorno a ideas donde la ingenuidad y la ternura dialogan con el alma. El conjunto sinfónico arropó en todo momento a Sidlauskaité dibujando de la mano del maestro moreno el suficiente armazón instrumental en el que florecían con un extraordinario empaste destellos del sinfonismo mahleriano.

La cantante lituana Eglė Šidlauskaitė acaparó la atención del auditorio nada más empezar a mentalizarse para interpretar el primer lied de los Rückert-Lieder con el que expresó esa subyugante actitud contemplativa del enamorado ante la sola presencia del ser amado. No sin cierta inquietud se adentró en sus versos queriendo fundir en su canto toda la trascendencia musical de sus pentagramas, aptitud que mejoró en la íntima conciencia que refleja Mahler en la segunda canción, toda una declaración de amor a su esposa Alma, sentimiento que la cantante acentuó en sus compases finales. Ésta destapó toda su calidad artística en el tercer lied, No mires mis canciones, enriqueciendo la elíptica brevedad que requiere, produciéndose una total conjunción con la orquesta que era tratada con suma delicadeza por el maestro José María Moreno, intención que se hizo más conmovedora en el siguiente, permitiendo que Eglė Šidlauskaitė sacara toda su musicalidad al servicio de la poética y lírica que encierran los versos de Friedrich Rückert, dedicados a describir la siempre motivadora soledad del artista convencido ante el acto creativo. El Mahler esencial se hacía aquí presente en el Teatro Cervantes, debido a la mutua impregnación de sentimientos entre cantante y director. La interpretación de este ciclo de canciones llegó a su punto culminante en el quinto lied, A medianoche. La rica simplicidad de su soporte armónico se manifestaba como razón de ser de la sobrecogedora atmósfera que genera su canto antes de la última afirmación de optimismo que, con el cambio de modo, permitió a la cantante alcanzar la plenitud de su arte canoro.